La alfarería es parte del día a día de muchas mujeres en Atlahuilco. Aunque algunas etapas del proceso las hacen solas en sus casas, como el secado o el bruñido, hay otras que son colectivas: salir a buscar la tierra, molerla, moldear las piezas y hacer la quema. Todo esto se convierte en un trabajo en comunidad, donde lo práctico se mezcla con lo cultural y lo cotidiano.
El ritmo de este trabajo no sigue los tiempos del mercado, sino los tiempos de la naturaleza y de la vida comunitaria. Por ejemplo, para sacar el barro de la montaña tienen que esperar a la temporada seca, entre marzo y abril, cuando no hay lluvias y es más seguro trabajar la tierra sin que se deslice o se venga abajo. También hay que considerar la humedad: si llueve mucho o si las piezas no están bien secas antes de cocerse, pueden romperse.
Este tipo de producción se mueve con otros ritmos, otros valores, muy distintos a los de la producción en masa. Las alfareras trabajan en sintonía con los ciclos naturales, los tiempos de siembra, las lluvias y las festividades locales. Todo el proceso está lleno de conocimientos que se han ido pasando de generación en generación. No están escritos ni se miden con fórmulas exactas: las proporciones de agua y tierra, por ejemplo, se hacen "a ojo", según lo que cada mujer siente con las manos y con la experiencia.
Desde una mirada más convencional, estos saberes podrían parecer poco técnicos o "sin método". Pero como dice Boaventura de Sousa Santos, hay otros tipos de conocimiento que también tienen valor, aunque no vengan de la ciencia formal. Esta forma de hacer alfarería es un claro ejemplo: una práctica viva, con sentido, que protege el vínculo con la tierra y con la comunidad.
Infografía sobre la relación de los ciclos naturales y la alfarería

Además de seguir los ritmos de la naturaleza, el proceso de alfarería casi no genera contaminación. Las piezas, una vez que ya no se usan, se pueden devolver fácilmente a la tierra porque están hechas de barro, un material local y completamente biodegradable. La huella ambiental es muy baja.
Para la quema de las piezas, usan madera y encino del propio entorno, árboles que las mismas comunidades siembran, cuidan y aprovechan también para cocinar en los fogones o hacer muebles. Son muy conscientes del impacto que tiene extraer recursos de la naturaleza, por eso los manejan con cuidado. Saben lo que implica quedarse sin leña cerca y han aprendido a evitarlo.
Estas formas de producir están muy lejos de los modelos industriales, que suelen explotar intensivamente los recursos, contaminan y ponen en riesgo la biodiversidad. En cambio, la alfarería tradicional busca mantenerse en equilibrio con el entorno.








